En las últimas décadas, el uso del termino 'paisaje' ha sufrido tal inflacción que hoy se hace difícil saber qué queremos decir con él. En su deriva expansiva, ha arrastrado además a otros términos relacionados -paraje, lugar, país, espacio, ambiente, entorno...- con los que ha llegado a solaparse provocando un problema de indefinición que parece meramente filológico pero que, sin embargo, afecta a la conceptuación de nuestra ya de por sí tensa relación con el territorio. Por ello consideramos pertinente abrir un espacio para clarificar las relaciones entre arte, paisaje y territorio.

Keynesiano-fordismo

Concepción económica ligada a la producción en serie propia del capitalismo militante en el que la racionalidad estaba ligada a la mejora del producto y la productividad y no de la demanda y la flexibilidad. La producción en cadena alienaba al trabajador (especializado) que se veía obligado a desvincular su fuerza de trabajo de su realización personal. Pero como los beneficios empresariales dependían de la capacidad adquisitiva de los trabajadores (el aumento progresivo de los salarios de los trabajadores de la cadena de montaje del Ford T les permitía convertirse en potenciales consumidores del vehículo que fabricaban y en clientes de otros trabajadores indirectos que, en consecuencia, también podían adquirir el utilitario) y de su experiencia (la especialización del trabajador aumentaba la productividad y permitía fabricar un coche accesible para las pequeñas economías) el trabajador disfrutaba de estabilidad laboral, de un horizonte de proyección profesional, de capacidad adquisitiva y de tiempo libre suficientes para realizar su vida fuera del horario laboral. La convicción aristotélico marxista de que el homo faber se realizaba mediante el trabajo derivó hacia la separación burguesa de la esfera privada (la del desarrollo personal) de la pública (la de la adquisición de recursos para invertir en la realización privada). La mentalidad republicana interpretaba que cada trabajador era una pieza esencial del engranaje productivo independientemente de su nivel laboral, por lo que cualquier actividad realizada con profesionalidad no sólo era recompensada con una vida a largo plazo sino con el reconocimiento social a la contribución al funcionamiento del todo.
La deslocalización postindustrial determina que el empresario no dependa de la capacidad adquisitiva de sus trabajadores pues el comercio global permite producir allí donde la mano de obra sea más barata y la legislación fiscal, laboral y medioambiental menos exigente y trasladar el producto hacia los potenciales consumidores. La competitividad de unos productos sin valor de uso que dependen de una demanda cambiante ya no se basa en la optimización productiva mediante la inversión en competencia y experiencia sino en el decrecimiento de los costes laborales y, sobre todo, de los costes de la destrucción de empleo en función de la variabilidad de la demanda. El trabajador no compite mediante su capacidad de producción sino de adaptación a unas circunstancias inestables, no puede, en consecuencia, invertir en narratividad y se ve obligado a adoptar una subjetividad postburguesa.

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