En las últimas décadas, el uso del termino 'paisaje' ha sufrido tal inflacción que hoy se hace difícil saber qué queremos decir con él. En su deriva expansiva, ha arrastrado además a otros términos relacionados -paraje, lugar, país, espacio, ambiente, entorno...- con los que ha llegado a solaparse provocando un problema de indefinición que parece meramente filológico pero que, sin embargo, afecta a la conceptuación de nuestra ya de por sí tensa relación con el territorio. Por ello consideramos pertinente abrir un espacio para clarificar las relaciones entre arte, paisaje y territorio.

Orientación

En este mundo ‘progresista’, la acción se produce a un ritmo que fatiga nuestra capacidad de evaluar la pertinencia de este ‘avance’. Por su parte, la desaparición de las figuras de autoridad y el desmontaje de los dogmas idealistas premodernos hace también perentoria la pregunta por el sentido (de la orientación del movimiento) en el desierto del nihilismo. Esta circunstancia daría fin al período artístico marcado por la décimo primera tesis de Marx sobre Feuerbach que prescribía que el filósofo no debía interpretar el mundo sino cambiarlo. Hoy, el cambio tiene menos que ver con la acción que con la conciencia de la necesidad de la detención.
La crisis de la representación nos invita a entender el conocimiento como capacidad de orientación y la propia orientación como una forma de conocimiento y reconocimiento. El arte no representaría lo real ni anticiparía lo posible sino que plantearía una deriva entre lo dado que definiera una orientación relativa. Los actos son una forma de manifestar preferencias, y las preferencias una forma de interpretar nuestra ubicación en un territorio epistemológico que debemos articular mediante asociaciones y disociaciones estratégicas, con visitas guiadas a lugares significativos y significativas ausencias por lugares de paso, describiendo el discurrir y discurriendo sobre la descripción. Siempre sabiendo que nuestra orientación canaliza el flujo del poder.
Durante años, el arte suscribió un compromiso con la emancipación. Ligado al paradigma de la autonomía, hacía relación al ejercicio de la libertad humana liberada de los prejuicios de la tradición (de la que el propio arte se había liberado al mismo tiempo que de sus antiguos comitentes: la iglesia, la nobleza y la realeza). En el contexto del bio.poder, el imaginario de la emancipación y la autonomía se desdibuja y el ejercicio de la conciencia se traduce en sentido de la orientación: un desplazamiento por el plano de lo real en el que más que liberarnos de nuestros condicionantes tratamos de encontrar entre ellos nuestro lugar. Trasmutado el ciudadano en consumidor, el sentido de la orientación hace también referencia al contenido político de la capacidad de elección mediante la alineación (que no alienación) del deseo.

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