En las últimas décadas, el uso del termino 'paisaje' ha sufrido tal inflacción que hoy se hace difícil saber qué queremos decir con él. En su deriva expansiva, ha arrastrado además a otros términos relacionados -paraje, lugar, país, espacio, ambiente, entorno...- con los que ha llegado a solaparse provocando un problema de indefinición que parece meramente filológico pero que, sin embargo, afecta a la conceptuación de nuestra ya de por sí tensa relación con el territorio. Por ello consideramos pertinente abrir un espacio para clarificar las relaciones entre arte, paisaje y territorio.

Desterritorializar

Los agenciamientos producen territorios, geografías que vinculan cuerpos, hábitos, conceptos haciendo plausibles sus relaciones, que crean cercanías y alejamientos y permiten recorridos con sentido. Pero estos juegos de territorialización que ponen en relación cosas hasta ese momento desvinculadas y extrañan afinidades hasta ese momento patentes implican en consecuencia movimientos paralelos de desterritorialización. Más aún, la definición de un territorio, con su componente de articulación, exige una previa desarticulación de las relaciones territoriales precedentes. Cabría decir que el territorio, más que un ente estructurado, es una puesta en acto, que no tiene más sustancia que la que se deriva de la actividad de poner en relación sus accidentes.
En buena medida cabría afirmar que el territorio natural del ser humano es la desterritorialización. No sólo por ser el único animal que no está adaptado a ningún hábitat (en todos ellos es más torpe y está menos dotado que las especies adaptadas) y es por ello el único animal capaz de adaptarse a cualquier hábitat (en todos ellos es mucho menos torpe y está mucho más dotado que las especies inadaptadas), dicho de otro modo, es el único animal adaptado a su inadaptación; sino porque sus procesos de adaptación implican una suspensión o recalificación de los hábitos previos (que le resultaría imposible a cualquier otro animal).
El proceso de emancipación que define al sujeto moderno está determinado por el abandono del hogar, en el que gozamos del calor fraternal del hábito natal y somos reconocidos como alguien ‘muy especial’, y la inmersión en la fría e insulsa sociedad civil donde somos ‘reconocidos’ como uno más, un advenedizo.
La permanente expatriación del ser humano se compensa con el establecimiento de nuevas relaciones que siempre estarán marcadas por la melancolía causada por el abandono de la ‘patria trascendental’ (donde se reconcilia vida y sentido), por la expulsión del paraíso ‘prelingüístico’ (donde la búsqueda de sentido no era sólo innecesaria sino aun inconveniente) pero que jamás nos devolverán a un estadio originario que, en realidad, siempre fue otra forma de territorialidad.
No se debe confundir la reterritorialización con el retorno a una territorialidad primitiva, o más antigua: ella implica necesariamente un conjunto de artificios por los cuales un elemento, el mismo desterritorializado, sirve de territorialidad nueva a otro que pierde la suya. (Guattari y Rolnik, cit. en María Teresa Herner).
Por ello mismo, el desarraigo humano no se traduce en una desterritorialización que no produzca nuevas formas de territorialidad. La desterritorialización es un elemento connatural al ser humano pero especialmente característico del estadio postfordista del capitalismo en varios planos: las formas de producción (deslocalización), los medios de producción (TICs), la cultura (transculturalidad), la subjetividad (personalidad flexible), las relaciones humanas (movilidad afectiva), el hábitat (movilidad geográfica)… La deslocalización de la economía ha acelerado la crisis del espacio físico como sustrato indisociable del territorio de jurisdicción de las prácticas que definen las diferencias entre “unos” y “otros” (los de “adentro” y los de “afuera”): los públicos ya no se dan cita en el patio de butacas, la institución arte ya no se ubica en el museo, las identidades ya no encuentran una tierra prometida. Pero todos ellos se reubican en discursos que definen territorios, cada día más parecidos a los mapas, que producen nuevos agenciamientos, juegos de lenguaje o poder, en el que pierden importancia las causalidades, las jerarquías, los lugares de estancia y la ganan las intensidades, los contagios, los lugares de paso.

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