En las últimas décadas, el uso del termino 'paisaje' ha sufrido tal inflacción que hoy se hace difícil saber qué queremos decir con él. En su deriva expansiva, ha arrastrado además a otros términos relacionados -paraje, lugar, país, espacio, ambiente, entorno...- con los que ha llegado a solaparse provocando un problema de indefinición que parece meramente filológico pero que, sin embargo, afecta a la conceptuación de nuestra ya de por sí tensa relación con el territorio. Por ello consideramos pertinente abrir un espacio para clarificar las relaciones entre arte, paisaje y territorio.

Joseph M. William Turner, Dido construye Cartago (1815); Regulus (1828) y Fiesta en la laguna (1845)

Si Friedrich había representado la destrucción, Turner avanzará en la lógica del romanticismo al destruir la representación. Parte del esquema prerromántico de Claudio de Lorena: un estrecho espacio humanizado –como el del monje de Friedrich-, presidido por afanes mercantiles y arquitecturas en ruinas (la naturaleza sobreponiéndose a las empresas humanas), se abre a través del mar al sol poniente que desdibuja las formas.




Los últimos rayos de luz y calor que unos dioses en retirada emiten sobre el secular mundo moderno repiten la apuesta por la luz y la materia frente al dibujo (el logos). Conforme el artista libera la pintura del peso de la tradición académica la energía proveniente de más allá del cuadro proclama la naturaleza abstracta de lo divino.


Dios, que podía haber hablado cualquier idioma decidió revelarse a través de la naturaleza, el pequeño creador lo emula y renuncia a hablar el lenguaje figurativo de los hombres (obsesionados por reducir todo lo que es a lo que pueden entender y, así, dominar, utilizar) para expresarse, liberar lo que de naturaleza queda en él bajo el peso muerto de la cultura.


El concepto romántico de mímesis es más radical que una mera copia: no debe ser el cuadro el que imite la naturaleza, sino el propio artista, la verdadera mímesis no consiste en imitar la natura naturata (los objetos), sino la natura naturans (la fuerza vital que los anima), es decir, el artista no es fiel a la naturaleza cuando traduce a línea la forma superficial de un árbol, sino cuando se comporta con la naturalidad y libertad del árbol mismo y crea sus cuadros con la inconsciente espontaneidad con la que el árbol crea sus ramas. El resultado no es textual, no reclama la lectura sino la contemplación piadosa, la contemplación de un acto nacido de lo más profundo del inconsciente y absolutamente al margen de la historia. Las cosas no significan, son, ‘lo que ves es lo que ves’, la tautología pictórica rememora la palabra de Dios: "yo soy el que soy", lo divino es precisamente aquello que no se puede representar porque excede las dimensiones de lo humano.

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