En las últimas décadas, el uso del termino 'paisaje' ha sufrido tal inflacción que hoy se hace difícil saber qué queremos decir con él. En su deriva expansiva, ha arrastrado además a otros términos relacionados -paraje, lugar, país, espacio, ambiente, entorno...- con los que ha llegado a solaparse provocando un problema de indefinición que parece meramente filológico pero que, sin embargo, afecta a la conceptuación de nuestra ya de por sí tensa relación con el territorio. Por ello consideramos pertinente abrir un espacio para clarificar las relaciones entre arte, paisaje y territorio.

Gordon Matta-Clark, Day’s End, 1975



Gordon Matta-Clark comparte con su generación el interés por intervenir conceptualmente en el paisaje, pero su trabajo supera tanto el romanticismo* -que trataba de trascender el tiempo histórico en un sublime tiempo geológico- como el modernismo* –que concebía la obra como un objeto autónomo* que existía por y para sí mismo-. Si la obra ya no representa el paisaje, hace paisaje, se convierte en una cosa más del mundo, integrada como el resto en un espacio institucional de sentido (que subsume los esfuerzos ‘iconoclastas’ del Land y el Conceptual). En consecuencia, para Matta-Clark trabajar (en) el paisaje no es un modo de escapar de la historia sino, al contrario, de reconocer que no existe un punto exterior que nos permita sustraernos a la dóxa* y mirar con perspectiva al mundo contaminado de los intereses espurios. Todo el paisaje está humanizado, es artificial, relativo, inestable, interdependiente, complejo. Desde esa convicción Matta-Clark comienza su flânerie por la periferia urbana, entre homeless y marginados, consciente de que no le situará más allá del poder pero también de que, por ello mismo, esta consustancialidad determina que el paseo altera la cartografía, que la observación modifica lo observado y puede ponerlo en crisis marcando sus puntos de fractura.

Splitting (1974)
La imposibilidad de separar lo interior y lo exterior (esa separación de lo público y lo privado en la que se basaba la cultura burguesa*) le conduce a descontruir los límites arquitectónicos convencionales en una decisión que también le distancia de su generación por no asumir la separación entre lo formal y lo conceptual: una casa es una idea material y una forma conceptual, es una máquina social compleja que produce subjetividad burguesa en la misma medida en que es la materialización de esa concepción del habitar. Su decisión de usar más las paredes que el lenguaje produce un conceptual retiniano que empotra el negativo de una obra minimalista en la estructura de la arquitectura moderna para hacer visible su tramoya y, al mismo tiempo, otros modos de definir las relaciones entre el sujeto y el entorno alternativos a la entropía de la especulación inmobiliaria que privatiza todos los espacios.

Conical Intersect (1975)

Desde estos presupuestos, Matta-Clark se interesa en Day’s end por un complejo fabril, abandonado por sus propietarios para forzar con su deterioro la recalificación de una amplia zona, ‘okupado’ por jóvenes comunistas radicales que resistían a la especulación y reclamaban el uso comunitario del espacio. Tras solicitar permiso, al objeto de no verse interrumpido en su acción, para realizar en su interior una filmación, Matta-Clark dibujó una oquedad que hizo posible que entrara la luz en aquel foco de tensiones y conflictos ocultos por la estructura arquitectónica. Frente a la previsibilidad del proceso Minimal y Conceptual su trabajo incidía en la incertidumbre inherente a la decisión de adaptar la obra a las circunstancias concretas y de situarse junto al espectador no frente a algo sino metido en algo. El mismo día de la inauguración un inspector sorteó las barreras que el artista había colocado, desalojó el local antes de la fiesta programada, detuvo al artista y le solicitó una elevada indemnización por las pérdidas patrimoniales. Antes de que se resolvieran las alegaciones de Matta-Clark sobre el incremento del valor del local tras su intervención la demanda fue retirada y el muelle demolido. Quizá nunca sepamos en qué medida la ocupación y la intervención favorecieron los intereses especulativos, lo que sí parece claro es que los muros físicos y mentales ocultan tensiones entre el control administrativo y la lógica del beneficio de un grado de complejidad del que difícilmente se puede dar cuenta mediante la sintaxis convencional del arte.

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