La propia esencia del turismo –esencia del todo económica- necesita la generación de nuevos productos de consumo que dinamicen la entrada y salida de visitantes, otras modas postaleras, la creación de nuevas expectativas del viaje y parques temáticos afines a la producción de los nuevos hábitos de consumo.
El último grito de la industria turística es el astroturismo. Las altas cotas de las montañas y los cielos estrellados de las islas (otra invención de los promotores turísticos) atraen a un sector minoritario y alto poder adquisitivo que gusta de grandes caminatas a los puntos energéticos del territorio. Allí tendrá la oportunidad de avistar ovnis y descifrar las rutas estelares. Ha generado una nueva moda postalera, cielos y nubes altas ocupan ahora el espacio de las puestas de sol.
En las últimas décadas, el uso del termino 'paisaje' ha sufrido tal inflacción que hoy se hace difícil saber qué queremos decir con él. En su deriva expansiva, ha arrastrado además a otros términos relacionados -paraje, lugar, país, espacio, ambiente, entorno...- con los que ha llegado a solaparse provocando un problema de indefinición que parece meramente filológico pero que, sin embargo, afecta a la conceptuación de nuestra ya de por sí tensa relación con el territorio. Por ello consideramos pertinente abrir un espacio para clarificar las relaciones entre arte, paisaje y territorio.
La necesidad humana de desprendernos del mundo real, volar sobre las banalidades de la tierra, ha sido conceptualizada por la estética e ilustrada por la historia del arte (Leonardo, Chagall, Yves Klein) y el turismo. El turista siempre mira hacia el cielo. Astroturismo, turismo espacial y otros subgéneros del turismo deportivo han asimilado el impulso primario del hombre por elevarse del suelo.
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