La imagen es una superficie sobre la que se proyecta significado que media entre los hombres y el mundo (cuando media entre el individuo y el territorio tiende a convertirlo en paisaje). La realidad es demasiado compleja, tratar de valorar todos los elementos necesarios para conceptuar algo como algo (las personas, los actos, los objetos, las situaciones…) resultaría paralizante. Necesitamos reducir las sensaciones a paradigmas arquetípicos (el mal padre, el trabajo bien hecho, la buena vida, las acciones prácticas…). Las relaciones entre la imagen y la cosa no son naturales, se establecen una vez que la relación explicativa se ha hecho efectiva. Esta relación contingente nos permite conocer y evaluar. Por ello la importancia de la imagen es difícil de exagerar; de ahí el interés por crearlas. Y por destruirlas.
Durante siglos las imágenes ocuparon un ámbito muy limitado en el que el poder representaba las ideas que debían ser imitadas. En la cultura del espectáculo y el bio.poder la imagen ha proliferado e invadido los cuerpos, sociales y físicos, y ha dejado de representar la cosa para suplantarla. Esa autonomía con respecto a la idea, que define su naturaleza post.lingüística, la convierte en un síntoma y en un simulacro: ya no nos orienta entre las cosas, se convierte ella misma en cosa que dificulta más nuestra orientación.
En las últimas décadas, el uso del termino 'paisaje' ha sufrido tal inflacción que hoy se hace difícil saber qué queremos decir con él. En su deriva expansiva, ha arrastrado además a otros términos relacionados -paraje, lugar, país, espacio, ambiente, entorno...- con los que ha llegado a solaparse provocando un problema de indefinición que parece meramente filológico pero que, sin embargo, afecta a la conceptuación de nuestra ya de por sí tensa relación con el territorio. Por ello consideramos pertinente abrir un espacio para clarificar las relaciones entre arte, paisaje y territorio.
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